ER Diario
05/12/2023

Algunas notas sobre la escena política argentina

A propósito del triunfo electoral de Javier Milei, Sebastián Rigotti, aporta una mirada sobre la escena política de nuestro país.

Por Sebastián Rigotti (*)

Muchos análisis se han realizado acerca del resultado y del proceso electoral presidencial que concluyó el último domingo. A riesgo de reiterar y aburrir, compartimos una miscelánea de notas breves que confluyen en un punto de vista (cuando menos provisorio) sobre la escena política de nuestro país.

I) En primer lugar, algunas líneas acerca de “lo decible”. El lenguaje es algo más que el conjunto de palabras que usamos. Mucho más. Se trata de las formas en las que establecemos nuestras relaciones simbólicas y afectivas con los otros y con el mundo. Si bien el lenguaje está en permanente movimiento y ebullición, lo que puede ser dicho o no en una sociedad determinada y en un específico momento histórico depende de otros factores. Así, pues, la ciudadanía y los/las representantes de la esfera política han recurrido a un universo de enunciados que ha redefinido sus límites en los últimos años. En resumidas cuentas, ese universo está sostenido y definido por relaciones de distinta índole, todas entrelazadas, como las económicas, sociales, culturales, que constituyen el sedimento desde el que se configuran las relaciones políticas.

Esta cuestión podemos identificarla en diferentes ejes. Un eje lo constituye el retorno de enunciados que desde hace tiempo no se proferían públicamente, si es que alguna vez lo hicieron, por ejemplo: “Zurdos hijos de puta”; “Se les terminó la educación pública, parásitos”; «Putos y travestis, se les va a acabar»; entre otros. En este punto, no importa quién profiera esos enunciados sino que sean dichos públicamente. Además, cabe señalar que el recurso del “se” es del impersonal, omite el sujeto de la acción: ¿quién/es va/n a terminar con la “educación pública”? ¿Quién/es va/n a acabar con los (derechos de) “putos y travestis”?

Otro eje es la resignificación de términos ―cuya marca social de procedencia es considerablemente distinta― o la reducción de sus alcances e implicaciones, como por ejemplo: “libertarios”, “socialismo”, “izquierda”, “cargas sociales”, “libertad”, “casta”, etc. Un tercer eje lo constituyen las comparaciones y las metáforas, como por ejemplo: el Estado y un pedófilo en un jardín de infantes; el matrimonio igualitario y la pediculosis; la autopercepción de género y la fauna mamífera. Finalmente, un cuarto eje es lo que no se dice (por acción voluntaria u omisión no-consciente), como por ejemplo: “redistribución del ingreso”, “reconocimiento (y/o ampliación) de derechos”.

En este punto, es importante entender dos cuestiones: la primera es que muchos de los ejemplos brindados pertenecen a representantes de la esfera de la política, pero que hallan sus raíces en la escala del intercambio comunicativo cotidiano que llevan adelante las personas de a pie: chistes, gastadas, insultos de diversa índole, comentarios, que en definitiva son los recovecos variopintos del naturalizador sentido común. En relación con ello, no es menos importante que las estrategias de comunicación política instalan en el sentido común cuestiones que pueden (o no) reproducirse a distintas velocidades.  En este punto juegan un papel cada vez más destacado los intercambios que tienen lugar en y desde las plataformas y redes sociales.

La segunda cuestión es que aquellas cuatro características de la redefinición de los límites de “lo decible” son las que permiten articular diferentes/diversas demandas que enarbolan las diferentes posiciones (no solamente) políticas de la opinión pública: demandas cuyas lógicas son totalmente incompatibles entre sí. En este punto, nos saturan los ejemplos: la Sociedad Rural Argentina llamó a votar a Unión por la Patria; el presidente electo se define como liberal y su vicepresidenta reniega de los DDHH; algunos sectores de la UCR apoyaron a Unión por la Patria, mientras que otros fueron de la mano en las urnas con quienes defienden a los responsables militares del Terrorismo de Estado 1976-1983; egresados/as, docentes, no-docentes y estudiantes de escuelas públicas y de UU.NN. defendieron/militaron/votaron a quienes esgrimen propuestas de transformar el derecho universal a la educación en una mercancía.

Este proceso de redefinición de “lo decible” es lo que borra de un plumazo otrora las bien delimitadas ideologías políticas, que sistematizaban unos términos definidos con claridad y precisión y ubicaban en lugares precisos a quienes las defendían. En otros términos, el retorno, la redefinición, la metáfora y lo que no se dice, son las hebras de un hilván que conmueve los cimientos de las posiciones que las ideologías históricamente construidas forjaron. Este fenómeno no es una novedad que aparece en este proceso electoral, sino que ya lleva décadas en nuestro país.

II) En segundo lugar, la posición de clase social-económica. Amén de los debates académicos y de sentido común acerca de qué es una “clase social” y quiénes la integran, es necesario afirmar que, como categoría teórica y como cuestión política, tiene una relevancia y una importancia mayúscula. Sin embargo, si bien hablar de “clases sociales” contribuye a explicar y entender la escena política, eso no alcanza para dar cuenta de todo. En resumidas cuentas, los indicadores económicos dan cuenta, por un lado, del retroceso del poder adquisitivo; por otro lado, de una estructura impositiva regresiva (impuestos que pagan por igual todos/as los/las contribuyentes, como por ejemplo el IVA: no importa el salario que cada quien perciba, todos/as pagamos ese impuesto del 21%); también de las dificultades para conseguir un empleo, las que se incrementan exponencialmente si se trata de uno cuya remuneración permita “llegar bien” a fin de mes; entre muchas otras cuestiones.

Todo lo mencionado, y otras tantas cuestiones relacionadas, confluyen en la ampliación continua de la desigualdad entre quienes más ganan y quienes menos.  Es una obviedad, pero no por ello debemos dejar de mencionarla: las posibilidades de consumir distintos bienes (alimenticios, educativos, culturales, etc.), de trazar proyectos o planificaciones, de avizorar un futuro con mejores condiciones materiales de existencia, etc., están ligadas indisociablemente a nuestra posición de clase, por un lado, y, por el otro, a las formas y los términos con los cuales nos relacionamos con las personas y con el mundo. En palabras sencillas: la desigualdad de clase establece una lógica de las relaciones entre las personas y para con el mundo en términos de posesión/no posesión, que resulta la vara a partir de las cuales se miden todas las relaciones, esto implica que quienes tienen no ven con buenos ojos que todos tengan lo mismo; y quienes no tienen desean a toda costa, pese a todos los impedimentos materiales, tener lo que les falta.

Ahora bien, tal y como hemos definido esta cuestión, no reviste mayor dificultad en su comprensión. Sin embargo, la cuestión medular es la relacionalidad no visible (ni consciente) que ubica a ambas posiciones de la clase en esa situación: tener y no querer que los demás tengan; no tener y anhelar tener lo que desean. Es la relación entre las clases y no las personas individuales la que organiza esa tensión.

III. En tercer lugar, solamente se pone la vista en la punta del iceberg. Un sin-número de palabras fungen como ejemplos de la operación metonímica (tomar la parte ―visible inmediatamente― como si fuera el todo ―no visible inmediatamente―) a la que aludimos: la ley, el Estado, la escuela, el mercado, la familia, el voto, etc. Todas las instituciones expresan el resultado de un haz de relaciones históricas de lucha: a veces veladas, a veces explícitas, a veces con armas, a veces con acuerdos de distinta índole. Las instituciones, por su intrínseco funcionamiento, tienden a borrar u ocultar las huellas relacionales del sendero que conducen a ese nacimiento belicoso. De esta manera, la institución familia patriarcal-heteronormativa, y sus implicaciones en la conformación de identidades, es un producto histórico de relaciones que desde hace un tiempo se encuentra en la arena de debates y combates de la opinión pública; combates y debates que se han traducido en un cierto número de leyes: Protección Integral de las Mujeres; Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes; ESI; Matrimonio Igualitario; Identidad de Género; por mencionar algunas. Este ejemplo nos permite inteligir la imbricación de distintas instituciones como resultado de las luchas por la ampliación de los derechos, es decir, por mayores márgenes de autonomía.

El Estado es el resultado de la relación de lucha entre las clases sociales: si se trata de un conjunto de instituciones que debe garantizar la propiedad privada, el voto, etc., es debido a que las distintas clases han llevado adelante una lucha que ha tenido ganadores y perdedores. Huelga decir qué desigualdades manifiestas consolida cada una de las garantías que respalda el Estado, que son equivalentes a las invisibilizadas por el mercado, por el libre mercado.

Pero esto no se circunscribe solamente a las instituciones, sino también a los individuos en tanto resultado histórico de relaciones sociales de distinta índole: familiares (es decir, de un tipo de familia); educativas (de una forma de educar de acuerdo a una institución escolar); sexo-genéricas (de una forma específica de relacionarse); de clase (en los términos de un determinado tipo de propiedad, en nuestro caso, privada); etc.

Retomamos la cuestión: la punta del iceberg es la ley, la familia, la escuela, el individuo, etc., pero con ella no damos cuenta de las relaciones que en un proceso histórico las ha hecho posibles, así como de su continuo reacomodamiento.

IV) En cuarto lugar, la ubicación de un punto arquimédico. En lo que atañe a los procesos históricos, sociales y políticos, se trata de una falacia sobre la que se recuestan posiciones políticas, ya sea partidarias como exclusivamente ideológicas. La falacia del punto arquimédico es la que desgaja una determinada posición política de las relaciones sociales, tanto de su procedencia como de sus efectos. De esta manera, quienes pierden una elección se sustraen a “la lógica de las cosas” (siempre distinta a “las cosas de la lógica”) de la que han tomado parte en términos formales (partido de gobierno electo en un proceso racionalmente definido) y concretos (a partir de las distintas decisiones plasmadas en políticas públicas, económica, educativa, monetaria, fiscal, deportiva, etc.). A partir de allí, cualquier autocrítica no se dibuja en el horizonte de lo posible y, concomitantemente, se construyen posiciones antagónicas a las que totaliza y esencializa: nosotros-ellos, el bien-el mal, la justicia-la injusticia, etc.

Desde nuestro punto de vista, esta es una cuestión medular, ya que si la política implica la definición de lo futuro en común, las decisiones tomadas a lo largo de un proyecto necesitan siempre de reflexión continua para estipular los alcances y efectos de las mismas. El punto arquimédico es una posición que se ubica falazmente por fuera de las responsabilidades de las decisiones tomadas. El recurso a una posición como ésta es común a casi (sino a) todos los gobiernos. Encontramos aquí, el mismo efecto del impersonal mencionado anteriormente: “Se les terminó la educación pública, parásitos” y «Putos y travestis, se les va a acabar” como ejemplos que de enunciados que omiten mencionar el sujeto de la acción: ¿quién/es va/n a terminar con la “educación pública”? ¿Quién/es va/n a acabar con los (derechos de) “putos y travestis”? Si la falta de autocrítica oculta responsabilidades, la no identificación de quiénes llevan adelante la acción remueve la sangre de las manos del ejecutor.

En estricta relación con esto: si lo constitutivo de la política es la definición en común acerca del futuro, entonces la falta de autocrítica respecto de lo realizado abre el camino a lo que aún no ha tenido lugar, a lo desconocido. De esta forma, lo que es diferente al presente, por oposición, colma la expectativa de futuro.

V) En quinto lugar, la educación del soberano. La asociación explícita o implícita de las cuestiones políticas con la racionalidad es parte de nuestro sentido común. De esta manera, la razón es el punto de referencia que ponemos para evaluar las lides de la política: “Milei está loco”.

En este punto, la racionalidad se supone como la facultad que nos permite (entre otras cuestiones) analizar, distinguir y evaluar. Sin embargo, estas operaciones están imbricadas con el reconocimiento de aquello que es objeto de las mismas. Si la operación de reconocimiento de lo que debemos analizar no arroja como resultado alguna diferencia respecto de lo que nosotros/as somos, entonces el análisis-la distinción-la evaluación se trocan dificultosas, ya que eso que se nos aparece como idéntico es lo que nosotros/as proyectamos que es idéntico. En otros términos, es muy difícil encender las alarmas que avisan sobre algo “distinto” a lo que somos si entendemos como “idéntico” a nosotros/as aquello que es “distinto”. En este caso, Milei está indignado moralmente como nosotros/as, es una persona como nosotros/as, etc. El acento en la cuestión moral respecto de lo que sucede está puesto a propósito: Milei establece una relación entre la moral y las intereses económicos: la iniciativa de construir algo debe ser el resultado de la búsqueda del beneficio económico de las partes interesadas, es decir, si quienes dicen necesitar un hospital, o una escuela, o una ruta, etc. no movilizan los intereses de quienes pueden construir, entonces no hay beneficio de todos/as y la obra no se lleva adelante. Esta lógica descansa en una visión y versión estrecha de la racionalidad: la económica, y la subjetividad posesiva que la despliega y del orden social anhelado que es las encarna: el mercado.

Retomamos con preguntas: ¿es posible suponer que si esta lógica no llama la atención es porque no nos resulta “distinta”, sino más bien que nos resulta “idéntica” respecto de lo que somos? ¿Es posible que, como resultado de esta  abstracción lógica, no podamos identificar que no son “idénticos” quienes trabajan a cambio de un salario y quienes pagan ese salario pero no trabajan porque son propietarios (ya sea de maquinarias, empresas, etc.)?

(*) Licenciado en Comunicación Social, FCEdu-UNER

Doctor en Ciencias Sociales, UNER

Maestrando en Comunicación, UNER

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